jueves, 31 de enero de 2013

Mi padre es un árbol

Mi padre era un hombre pero un día llegó la tempestad... Sopló sobre él.
Y ahora mi padre es un árbol.
Mi padre es un árbol y yo soy su hijo. El hijo de un árbol.
Pero no tengo raíces.
Recuerdo el día que su cuerpo se volvió tronco.
Yo mismo vi cómo le salían las ramas de los dedos. Dije: ¡Dafne!
Y vino Apolo. Porque Apolo amaba a mi padre que no temía a la luz.
Entonces empezaron a caer hojas amarillas de sus ojos.
Grandes hojas que el viento se empeñaba en barrer en espiral,
como si Van Gogh agitara su pincel y Gauguin mirara.
Y no era otoño.
Luego llegó el otoño y empezó a rezar su letanía.
Las hojas siguieron cayendo de los pequeños ojos de mi padre
Ignorando al verano y la primavera.
Comprendí que mi padre llorara y me abracé al árbol.





(escribiéndose)

martes, 22 de enero de 2013

Lo que nos curará del extravío

"Necesitamos soñadoras de provincias, buscadores de perlas, bodas entre vivos y difuntos, niños que hablen con los animales, casas con siete tejados, cabezas que canten en el plato, ballenas blancas, artistas del hambre, lazarillos que nos devuelvan a los lugares de la abundancia y el deseo".

Mujeres altas como la luna, relojes blandos, espejos con otro lado, peces de oro, mar de plata, casas que vuelan, países con mago, islas con tesoro, niños que sepan vivir entre lobos...

Lo necesitamos. La realidad está enferma.

("Los países imaginados", artículo del escritor Gustavo Martín Garzo publicado en El País el 20 de enero de 2013)

lunes, 21 de enero de 2013

Levántate y anda

Venga tu desnudez insólita y creciente
a tapar mis oídos y cubrir mi inocencia.
Vengan por delante tus ojos y tu boca,
a tocar las campanas en esta madrugada.
Vengan los árboles a secar al sol que llora
y haga el barco aunque ebrio su trayecto sin mar.

Haya paz en altares donde clava las rodillas este vagabundo
y pueda el martillo conocer la cebada.
Tenga el hombre piedad de la sombra que lo guarda sin precio.
Que su corazón sea un caracol y una casa, y no se canse.
Que suba por los vértigos sedientos e insaciables.

Solo los perros saben a qué huele un abrazo.

Una rosa de pronto te parece temible, armada hasta los dientes.
Hay un jardín que llena su vacío como una virgen blanca.
Abandonas tus manos a la luz y se hacen invisibles.
Te pones tu túnica de carne.

¿Qué hago aquí -te dices- en medio de esta calma?

lunes, 14 de enero de 2013

Cuando nos despertamos Sófocles estaba todavía allí y Dionisos apuraba su vino

Una vez fui feliz en Epidauro y en Mérida y también en Segóbriga. Y en Almagro, en un corral. Molière se reía con altavoz y todos éramos enfermos imaginarios. A menudo voy subida en el carro de Tespis y llevo una túnica. Sueño en la cávea y Sófocles sabe, el que más, de mi soledad y mi dolor. Nada es como el drama. Nietzsche me presta la palma de su mano.
He muerto y resucitado, como un nuevo Cristo, cada vez que he puesto el pie en un teatro. En esta habitación con una cuarta pared. Rezo a Dionisos en su templo. Una copa de vino crece en mi mano.

Brindo porque eres como el agua. Llevo el corazón a cuestas como el caracol su casa. Una luna antigua cae sobre nosotros. Como un deus ex machina.

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martes, 8 de enero de 2013

Un sueño avanza por sus raíles

Cuando un pez ha saltado a tu mano ya poco importa la urgencia de nadar. Poco la necesidad de sumergirse en las profundidades donde la piedra flota. Donde las cosas se hunden sin su propio peso. Antes cuando te veías circunvolado por el agua, respirando agua, en un amanecer de agua dormida, no tenías nada que beber. Ahora que todo es aire, que no quieres dormir por no tener que quitarte las alas y dejarlas en un rincón de tu habitación desangelada, planeas sobre ciudades sin fe, entras y sales por ventanas cerradas y caes por los precipicios elevándote. Lo haces victorioso. Con la cabeza alta como una nube orgullosa. Porque sabes que hay una palabra salvada en tu memoria. Es la palabra que te llevará hasta allí cuando los trenes de vapor hayan forjado su destino. A esa hora la mariposa inmortal e inaccesible volverá a posarse en tu entrecejo. Ese espacio infinito que frecuento y que hay entre tus ojos.