viernes, 11 de septiembre de 2015

Marcel Proust ha ganado por fin tiempo

Ahora es mi corazón el que escucha el rumor que esconden los bosques cuando la noche amanece.
Cuando la última mano se posa sobre la primera dulzura.
De pronto la voz perpetua sobre los campos de trigo bendecidos por ese viento desnortado que fue tu impaciencia. La misma que abrió este pozo donde las golondrinas se persignan.
Cómo será el batir de alas estos días en que mis ojos se han posado en los alféizares de todos tus desmanes.
Cómo hoy y mañana las risas de las flores anticipándose y los puentes transformándose en espejos prematuramente.
Qué dirán los ojos en pleno naufragio en este mar incauto, estrellados contra la pared blanca y confundiendo por enésima vez la luna.
Estos ojos multiplicándose por las laderas de los ríos y por el agua de los montes que se arriman al vacío.
Cómo no caer en este abismo donde las palmeras ignoran sus raíces y el aire es una paloma.
Fui yo quien derrotó a las penas atrasadas, quien hizo auroras de los tallos y amansó a las azucenas mientras mi quietud se hacía un eco sobre tus rodillas y temblaba de frío la espuma nupcial en la cresta de esa ola en la bahía.
¿Por qué no dejar ya de ser la caricia en el filo de la navaja y empezar a confundirse con los robles?
¿No ves que ya están crujiendo las cadenas?
¿No ves que los caballos ya galopan y las nubes se destienden?

Un hombre salta desde el trampolín de la palma de una mano.

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