sábado, 6 de agosto de 2016

Los claveles siempre serán de Federico

Onetti ha soñado con la mujer que tenía rosas blancas en lugar de ojos.
Hay veces que el mar desaparece y entonces hay que dibujar todos los ríos, uno por uno, otra vez.
Pintar el azul entre los pinos.
Rehacer el mundo desde su génesis.
Volver a creer en el Edén y en el jardín.
Dejar tu sangre a los claveles para que vuelvan a crecer.
Fue el recuerdo de tus olas el que me trajo a esta orilla.
Por eso me he tumbado en el lecho y he amamantado otra vez a mi criatura con la vía láctea y Urano me ha bendecido.
No pararán esos pies de aplastar las amapolas y las risas querrán otra vez devorar al llanto con la voracidad de Cronos para sus hijos.
Yo he guardado todas mis lágrimas en un frasco y me he sentado a esperar porque esperar, en la casa encendida, es una forma de estirar la alegría (Rosales está escribiendo su resurrección).
Pero la alegría vuelve a cebarse con la tristeza y el amor está bajo los cantos, bajo las ruedas.
Hay cuentos, menos mal, para las mujeres tristes.
Vuelven los gigantes a robar su viento a los molinos y tú, un huracán que desata mi brisa.
Ya está el sol madurando de noche y un amanecer desposeyendo a los dioses de su ocaso.
Vendrá abril y volverá a darnos de beber de sus mismas fuentes.



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