lunes, 19 de septiembre de 2016

Apolo nunca tiene sed

Ella amaba la lira de Apolo sobre todas las cosas.
Era su undécimo mandamiento.
Amaba la música que no dejan escuchar las estruendosas ménades.
Las ménades que profanan los cuerpos vestidos de las diosas para las que la primavera siempre guarda sus amapolas.
Ese cortejo de Dioniso embriagado de vino de tonel que acostumbra a entretener a la clientela provisional de las tabernas.
Las amigas del fauno que extienden las tinieblas y sobre las que nunca lloverá la luz.
Nunca caerá una estrella fugaz en el regazo de una ménade ni habrá cosmos en su firmamento.
No, nunca el aleteo de la mariposa blanca, la lenta caída de la hoja, el ultimo pétalo y el primero. Jamás la sombra del árbol detrás del bosque cobijará a las violadoras del evohé.

Una ménade nunca será una musa.

Pero mi corazón está encinta.


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