martes, 7 de agosto de 2012

Cuando pisas el cielo y no estás boca abajo

W.H. Auden me ha dejado la palma de su mano para que apoye la mejilla. No me bastaban las almohadas.
Me ha sonreído de espaldas y ha puesto otra vez las estrellas en el cielo. Ahora están desordenadas.
El mar ha regresado a su sitio y yo he dejado de buscar agua de desierto en desierto.
Después la luna ha salido del armario. He vuelto a distinguir el día de la noche.
Las hojas pusieron rumbo a los bosques. Lo hicieron por el camino por el que va ese niño aún no nacido.
No sé por qué el sol está llorando. Por si acaso he dejado a mis pies sentados al lado de mi sombrero. Pero hay un lápiz que escribe solo y no puede parar.
Un reloj marca cada segundo. No las horas sino los segundos. La prisa salió corriendo antes de que llegara el silencio.
El tren pasa cuando nadie le espera. Él lo sabe pero sigue pasando. Hay cuatro estaciones.
Ya nadie vendía brújulas. Vino un hombre y compró cada una y hasta la última.
Esperé ese momento preci(o)so para perderme.


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