miércoles, 28 de agosto de 2013

Vendrá el otoño y nos salvará de estos naufragios

En verano aprovecho para morir en Venecia otra vez.
Para ser todas las mujeres de Shakespeare y ninguna.
Para reír con Beckett, mientras lloro en las profundidades del mar.
Con los peces que navegarán siempre fuera de la red.
(Las paradojas se escriben solas, hoy mejor que nunca).

En verano las playas se llenan y yo me vacío.
Saco todo lo que hay dentro de mí y lo apilo en el recibidor.
Antes de distribuirlo por las habitaciones atiborradas.
Como los cajones de Leopold Bloom el día en que Ulises volvió a Ítaca.
Ulises volvió pero Penélope no estaba.
Penélope no quiso esperar. Diez años vagó de isla en isla.
Y fue tentada.

En verano sudo la gota gorda.
Y ese sudor se embalsa a mi alrededor hasta hacerme una isla.
Hasta llegarme al cuello y circuncidarme como una soga.
Entonces echo a volar y viajo hasta el lugar en que un médico acaba de perder a su único hijo.
A la oscuridad luminosa en la que el oficial Riábovich recibió el beso.
Y a las múltiples certezas que persiguen incansablemente a los hombres cuando dudan.
(Chejov ha vuelto a curarme de este resfriado).

En verano cambio el sol por la luna y lo hago sin palabras.
Podría hacerlo en un acto ceremonioso pronunciadamente poético.
Pero huyo de ostentaciones y licencias líricas aunque rime con los dedos.
Y cuente los hexámetros con los ojos porque los castillos se empeñan en coronar las cumbres.
La aurora vendrá y no tendrá los dedos del color de la rosa.

Las acuarelas se han caído sobre nuestros pies. La arena vuela su madrugada.
Pronto reirán las gaviotas su borrachera de barco.
Rimbaud va a bordo de ese tren de madera. Se inclinan los álamos sin viento.
Baudelaire blande su espada, las nubes se agachan para que André Gide pase y exhiba su homosexualidad.
Óscar Wilde tiene listo el té en su casa. Matamos lo que amamos, como dioses.

Son las cinco de la tarde y un torero ve acabarse su vida de trigo en una plaza de España.
Y hay poetas de sobra en un país como el nuestro.
Nos salvarán cualquier noche de la podredumbre que acecha. La del pecio que guarda tesoro de sobra.
Tose Knut Hamsun porque hace frío en Noruega.
Yo guardo mis bártulos de hombre sin patria.
Y viro hacia tu luz que se enciende y se apaga.
Como Leandro hizo y lo hizo Lord Byron.
El mar engordando su cresta en la noche violenta.

He vuelto a rezar la oración sin principio.
Clavando mis rodillas en este espacio sin suelo.


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