Thomas Bernhard no se arrepiente
Thomas Bernhard se ha encargado del atrezzo.
Paseábamos. Él a veinte metros delante de mí. Yo a veinte metros detrás. Quieta pero en movimiento. Mojada además por las olas. Solo el faro guiando los pasos desandados. Nuestros pies llevándonos necesariamente hacia atrás. Y todo abriéndose camino, ocupando su sitio, ordenándose. En lo alto de la torre, Houllebecq pronuncia una conferencia para nadie. Sobre la desfelicidad. Dice aquello de que la vida es poco frecuente. Y aquello de que toda gran pasión desemboca en el infinito. Lo oímos desde algún sitio. A pesar de que esta noche la lluvia no es intermitente.
Paseábamos. Él a veinte metros delante de mí. Yo a veinte metros detrás. Quieta pero en movimiento. Mojada además por las olas. Solo el faro guiando los pasos desandados. Nuestros pies llevándonos necesariamente hacia atrás. Y todo abriéndose camino, ocupando su sitio, ordenándose. En lo alto de la torre, Houllebecq pronuncia una conferencia para nadie. Sobre la desfelicidad. Dice aquello de que la vida es poco frecuente. Y aquello de que toda gran pasión desemboca en el infinito. Lo oímos desde algún sitio. A pesar de que esta noche la lluvia no es intermitente.
Etiquetas: Houllebecq, Thomas Bernhard
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