jueves, 5 de febrero de 2015

Con el viento en popa y un mascarón en la proa

La vela de mi barco es una vela encendida y el mascarón uno de tantos de Neruda, robados de su Isla Negra, el Chile de las soledades.
Yo acababa de llamarle por su nombre: Ricardo Eliécer Neftalí Reyes (hay cosas que solo existen cuando se nombran, y otras que existen y nunca serán nombradas).

Su niña de madera no llega caminando, la traen y llevan las olas.
Ha sentado en el sofá sus ojos transeúntes, cansados de mirar tanto.
Y le están creciendo raíces de mar a su alegría triste.
Mientras, los marineros ríen en la cantinas su embriaguez de barco a la deriva.
Florentino Ariza aguanta (Gabriel García Márquez lo sabe; lo está contando).
Porque sabe que la barcaza le traerá por fin el viaje al mar prometido.

(Los gatos son tan aficionados a desaparecer sin dejar rastro que ni siquiera te dejan la herida feliz de una huella)

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