miércoles, 13 de mayo de 2015

Lo que queda de la noche es una mesa llena, en ella las copas son de árboles

Por la noche soy del carro de la ménades.
Y hasta la uva que tuvo que ser pisada para que brotara el vino.
Soy la sangre de todas las heridas tras las que juega al escondite la felicidad imberbe.
Todos los corazones impacientes latiendo a la vez en el instante fugaz de la huida.
Un batir de alas de avutarda sobre los trigos de oro tumbados en los campos.
La risa loca en la cuerda floja por las alturas de una insolente cresta de gallo.
Canta la madrugada su canción sin pausa que solo mis ojos oyen.
Picasso se da la vuelta y no es él.
Habíamos bebido tanta absenta.

Pero llega el día y el sol me desnuda sin piedad como hizo con los versos de Juan Ramón.
(Cayó entonces una lágrima sobre un himno barroco en un escenario violento)
Sin reparar acaso en que él era el padre muerto a manos de sus hijos, sin ser siquiera Cronos.
Entonces asoma la canéfora a la que yo misma di a luz con mi dolor para llevar el cántaro.

Reconozco que algunas tardes he sido el suspiro veloz hinchando la vela blanca, el mar desbordándose por sus arterias queriendo ser un río solo, el timón en las manos más incautas, las rosas de los vientos dentro de un jarrón, la mirada de soslayo sobre el hombro de Cervantes, el ingeniero de mi propio laberinto, el príncipe y la princesa y hasta el castillo y por supuesto el cuento.
Por los clavos de Vallejo que lo he sido.

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1 comentarios:

Anonymous alberto ha dicho...


quiza necesitas comprar una mesilla de noche

8 de diciembre de 2020, 6:14  

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