jueves, 23 de abril de 2015

Fui a mirarme en un espejo de Delvaux y caí dentro

Me están saliendo mariposas en los pies y ya son marineros hasta los nudos de mi garganta.
Se lo he dicho a Albert Camus y juntos hemos rezado un credo en la cresta de una ola. Siempre conviene tener fe, en el primer trago y en el último, y en todas las cantinas.
A veces el mar te llama por tus versos y tú sin farol buscas en las profundidades los tesoros que se guarda para sí la luz.
El poeta Claudio Rodríguez me lo susurró una vez al oído antes de morir (habíamos llegado los dos los primeros al trasatlántico de la Residencia de Estudiantes navegando tras los pasos sin huella de Buñuel y Lorca y las adelfas): "La claridad siempre viene del cielo".
Pero yo esperaba con obstinación pausada que el cerezo floreciese por la luna.
Mientras, Stefan Zweig, en uno de sus momentos estelares de escritor furibundo, estiraba las 24 horas en la vida de una mujer. El espejo de Delvaux esta vez sí me reflejaba.

Acababa de pasar otro tren

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