miércoles, 3 de junio de 2015

Albert Camus me persigue pero es Lou Reed quien me canta

Bienvenido el Sr. Meursault a mi humilde morada entre callejones llenos de salidas.
Que pase y vea la estulticia maltrecha bajo el azote contumaz de las escobas.
El altar de mis sacrificios donde los corderos gimen su felicidad en una oscuridad a tientas.
Que entre el extranjero y vea cuán revuelto está mi lecho por las veces que yací con la ternura.
Que admire las paredes vacías despojadas de sus huellas, que se tumbe a descansar sobre esta mano,
que oiga caer el llanto que parió no sin dolor la fertilidad en el ombligo de la suerte mientras un águila voraz se abría su camino.
¿Para qué los arúspices si tú eres mi presagio?, decía una voz antigua con su canto de felicidad intacta.
¿Nadie le ha dicho al Sr. Meursault antes de venir que no hay fronteras para la alegría en el hombre que habita su tristeza?
Que no hay nada más al norte de la emoción, nada sobre la altura de nuestros entusiasmos.
Nada que no pueda alcanzar la rama de este árbol peremnemente aupado.

De sobra sabe este Monsieur que el sol y el mar son gratis.


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