lunes, 11 de noviembre de 2013

No busques la lágrima, no está en el ojo

La dicha de enmudecer con Paul Celan.
De palidecer al lado de su feliz agonía marítima.
Madre permanecía en el umbral atenta al movimiento de nuestros ojos.
Callada no pudo detener los olores a tiempo.
Todos los balones se fueron camino abajo hasta ahogarse en el río.
El sueño llenando su vacío en unas manos pequeñas.
Tardamos tiempo en comprender: eran balones los que se ahogaban, no nuestras cabezas.
Los pasillos se hacían cada vez más largos, los corredores se volvían huidizos ante nuestras sombras.
Me he agachado hasta el suelo a coger esa migaja.
Y he dejado que mi álamo hunda su copa en el agua.
Sabíamos entonces que la infancia iba a durar siempre.



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