viernes, 20 de septiembre de 2013

El frasco de láudano y el tiempo empeñado en reinar y empujando al poeta como a un buey

Te quedas dormido con el Poeta en Nueva York entre las manos. Y cuando te levantas te encuentras con el "Spleen de París". De sobra sabes que no hay pequeños poemas. Luego te das cuenta de que has juntado la traducción de Julio Cortázar de los Cuentos de Edgar Allan Poe con la de Aurora Bernárdez (y Guillermo de la Torre) de El malentendido de Camus. Mientras te estás preparando para sonreír (por el feliz matrimonio), observas que también están Las flores del mar, de Baudelaire. Y entonces te acuerdas de que el francés se obsesionó con Poe y también fue su traductor. Y adviertes que tú estás obsesionado con Baudelaire, incluso cuando lees a Poe. Y ya no puedes ni quieres salir del mundo que es tu pequeña habitación.

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3 comentarios:

Anonymous Anónimo ha dicho...

Porque la poesía me sale de las alas
y el amor de la úlcera y la memoria,
yo solo en estos 30 metros
cuadrados del centro de Madrid;
yo solo y sé que puedo,
aunque las noches se me hacen trenes
y los días saetas.

22 de septiembre de 2013, 15:19  
Anonymous Anónimo ha dicho...

Ya no puedo volver a pisar la cubierta
de tu barco, de Baudelaire de París, no,
ya no porque he extraviado todos los papeles,
los que me obligaban a ser íntegro y bueno,
esos y los otros también,
también los que me ataban al mundo;
dioS nunca ha sido marinero.
Nunca pescador ni viento del norte.

23 de septiembre de 2013, 16:44  
Anonymous Anónimo ha dicho...

Ya no puedo volver a pisar la cubierta
de tu barco, de Baudelaire de París, no,
ya no porque he extraviado todos los papeles,
los que me obligaban a ser íntegro y bueno,
esos y los otros también,
también los que me ataban al mundo;
dioS nunca ha sido marinero.
Nunca pescador ni viento del norte.

23 de septiembre de 2013, 16:45  

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