miércoles, 11 de diciembre de 2013

Un día te levantas y todo es desconocido

Amanece, dices, cuando el sol se pone.
Te has cansado de llorar la estulticia, cansado de tender la mano y esperar la lágrima.
Las bocas sedientas están clamando la hora de sus fuentes.
Manantiales donde el hombre quiere siempre bautizarse.
Jordanes como venas mutiladas en los brazos desarmados.

Nos faltaba el desierto, a nosotros que teníamos el agua
El reino de la tierra, escucha, es lo que buscábamos.
Pasamos mucho tiempo al amparo de nuestros deseos.
Enaltecidos por los sueños y sacrificados en los altares obscenos de la carne.
Pero la desnudez que cabalga a lomos de una bestia nos protegía del viento y su oquedad.
Todo se llenó de relojes inexactos, máquinas estropeadas y lenguas incandescentes.
La irreverencia se quitó el sombrero delante de nuestras narices.
Callamos los gritos que han parido los lobos en sus campos.
Robando al silencio su cosmética de estrellas.
Su cínico alimento de migas de pan para los pájaros.


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