Ha muerto el poeta, el dramaturgo, el filólogo, el profesor...
Ha muerto Agustín García Calvo. Ha muerto en nosotros. Sobre nuestras palabras. Ha muerto el día después de pasado mañana. Frente a una estatua. Encima de lo viejo. Donde el espíritu clama por su resurrección. En el centro de un círculo vicioso. Entre un artículo indefinido, un verbo hecho carne y un nominativo primaveral.
En la prosodia y el ritmo. En la métrica. En el hexámetro. En un yambo y un coriambo. En la distancia que hay de una larga a una breve. En lo que hay en un poema que se puede contar.
Ha muerto el poeta. Y está Píndaro esperando para hacerle su retrato. Su estampa laureada. Como un Apolo que sueña que es Dionisos. Como ningún dios y como todos. Ha muerto el dramaturgo y Tespis tira del carro. Y las Bacantes rasgan sus vestiduras mientras las Musas bailan y Mnemósine no olvida.
Ahora el poeta va en su barca y el rio no es el Leteo. El río son las lágrimas. Y hay una mano que baña de un fuego transparente unas espaldas. Y ninguna patria y ningún dios. Y dulces besos y saliva sin dueño y claros naufragios y principios hundidos y nubes tendidas.
Hay paz para el poeta que descansa sobre la línea del horizonte.
Etiquetas: Agustín García Calvo, apolo, Bacantes, coriambo, Diónisos, hexámetro, métrica, Mnemósine, musas, poeta, prosodia, ritmo, teatro, Tespis, yambo
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