jueves, 1 de noviembre de 2012

Ha muerto el poeta, el dramaturgo, el filólogo, el profesor...


Ha muerto Agustín García Calvo. Ha muerto en nosotros. Sobre nuestras palabras. Ha muerto el día después de pasado mañana. Frente a una estatua. Encima de lo viejo. Donde el espíritu clama por su resurrección. En el centro de un círculo vicioso. Entre un artículo indefinido, un verbo hecho carne y un nominativo primaveral.

En la prosodia y el ritmo. En la métrica. En el hexámetro. En un yambo y un coriambo. En la distancia que hay de una larga a una breve. En lo que hay en un poema que se puede contar.

Ha muerto el poeta. Y está Píndaro esperando para hacerle su retrato. Su estampa laureada. Como un Apolo que sueña que es Dionisos. Como ningún dios y como todos. Ha muerto el dramaturgo y Tespis tira del carro. Y las Bacantes rasgan sus vestiduras mientras las Musas bailan y Mnemósine no olvida.

Ahora el poeta va en su barca y el rio no es el Leteo. El río son las lágrimas. Y hay una mano que baña de un fuego transparente unas espaldas. Y ninguna patria y ningún dios. Y dulces besos y saliva sin dueño y claros naufragios y principios hundidos y nubes tendidas.

Hay paz para el poeta que descansa sobre la línea del horizonte.

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