miércoles, 8 de enero de 2014

He visto caer una gota en el mar y mi pie en la hojarasca

La primavera llega para todos y sin embargo.
A veces estalla la flor bajo los escombros o bajo las ruedas.
Hay pétalos que hieren más que cuchillos afilados.
Hacen manar la sangre de sus fuentes con la caricia de su pluma de pájaro.
Y ponen a volar tardes enteras de pies colgando sobre el puntual y acogedor abismo.

¿Cuándo volverá la amapola a recomponer su olfato caliente de vaho nocturno,
su nada mustia vestimenta de campos amarillos intactos, vírgenes y sin disparos?
¿Por dónde se coló la aguja lacerante de este pino negro sin vértigo sobre tus ojos?

Poco o nada saben los relojes de los trenes, porque no hay paisajes en el tiempo, apenas luz cegada.
Ignora la montaña la lenta monotonía de los segundos que clavan sus espadas sobre el envés de la hoja blanca.
Poco sabe la rama que busca el sol a toda costa del minuto que quedó en la boca del que tuvo que marcharse.
Son los cristales los que nos devuelven incesantamente lo que vimos una vez y aún veremos .

Mientras la vida se cuele por el pecho desarmado donde el vil metal se encontró con su coraza.
Mientras el lobo aúlle su naturaleza estremecida y el hombre tenga sed e implore su castigo con su lágrima.
Mientras haya dolor, cómo olvidar la risa de los muertos.
Cómo sacarse del oído el lento crujir de tu paso sobre mi cuerpo desnudo y quieto.
Cómo no pisar la sombra de tu luz por esta acera donde la multitud teje las soledades.
Cómo no volver a ser un hombre entre los hombres.
Cómo llegar a ser solo uno y entre tantos.




1 comentarios:

Anonymous Anónimo ha dicho...

¡Bello! ¡Grande!
Cristina

11 de enero de 2014, 9:06  

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