lunes, 10 de febrero de 2014

Hay lugares a los que no se puede ir (solo volver)

Padre, ábrame la puerta.
La melena había crecido tanto sobre sus hombros. La lluvia se había confundido con las lágrimas.
Ábrame padre, que tengo frío.
Las palabras empezaban a amontonarse por los rincones.
Se le estaban cayendo las hojas de los brazos y la luz podía entrar abiertamente entre sus ramas.
(El tren aquel tendría que ir por sus raíles, arrastrándose por su catenaria, como el río hasta sus orillas).
Deje usted ladrar a los perros, padre. Que ladren en las esquinas su tormento. No les haga callar. No imponga el silencio ahora que ha caído la noche sobre los huéspedes.
(El hombre es mendigo de sí mismo, está abriendo su mano para pedir lo que tiene)
¿No lo ve, padre, que dice adiós al barco en el que él mismo viaja? ¿No ve que está soñando su realidad y que duerme con los ojos abiertos?

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