jueves, 30 de julio de 2015

De tanto querer consagrarme a la primavera he terminado a la sombra de Ígor Stravinski


Stravinski me está mirando con sus ojos grandes.
Como platos de porcelana vieja en una mesa en la casa aquella de la Provenza; así son sus ojos.
Siento que soy un pájaro de fuego de leyenda, con el nido en las alas.
Como le estoy haciendo caso al ruso, me estoy licuando. Estoy asistiendo al deshielo de todos los continentes.
Anna Pávlova baila para mí. Léon Bakst me pinta. Jean Cocteau ríe con su risa loca.
Ilona recoge en una bolsa los restos de todos los naufragios y los vuelve a tirar al mar ante el asombro de Federico (GL).
Los dioses hacen brotar una isla en la inmensidad para que la Hélade nazca otra vez.
Afrodita no ha tenido más remedio que ponerse gafas de sol.
El mar crece. Yo me multiplico, se multiplican conmigo el pan de ayer y los peces de mañana.
Con Machado espero el milagro bañando mi cuerpo que mece el viento en aguas del Duero.
Con el agua al cuello quiero creer, y lo creo, que el olmo no se secó jamás.
Esta fe mía sin dios no mueve montañas, las crea.


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