miércoles, 4 de diciembre de 2019

Sin miedo a las metáforas

No hay que tenerle miedo a las metáforas,
como no hay que tener miedo a la luz cuando viene y lo desnuda todo
y todo puede verse con la transparencia de unos ojos sobre el abismo.
Han vuelto las hadas a habitar los bosques y hay un unicornio por los caminos
adelantando primaveras.
Tu pétalo haciendo perenne la rosa trémula, enaltecida por la verticalidad de tu aliento.
Venus pariendo la manzana de la tentación sobre todas las cosas,
en el momento justo en que el mar se vuelve azul y la golondrina engendra su nido.
Cabalga sobre la sombra para ponerte encima del horizonte.
Navega sobre la cresta de mi risa para exorcizar las inclemencias.
Dime tu nombre y pasa de largo sobre las ausencias.
Déjale al papel que se marchite y haz la señal de la cruz sobre mi piel dormida.
Deletreemos entonces el génesis que no pudo originar mi llanto.
Esas lágrimas vertidas en el desencanto de una generación apagada
por la inmadurez de las amapolas.
Demasiada la roca sobre los trigos, demasiadas ansias sobre los trinos
de los pájaros, desoyendo las voces de los ángeles.
Por qué te tumbaste a descansar sobre la ola,
pudiendo volver etéreas las estrellas de mis gritos
Por qué no labraste la paz entre las enredaderas
y multiplicaste los panes dentro de los abismos
Ahora las heridas serían surcos en la tierra abiertos quirúrgicamente para el parto.
El campo abonado de Lucina, otro alumbramiento de Diana más allá del arco y de las flechas.
Tierras maduras estrenando su agosto para acallar las desolaciones.
El hombre dando vida a la muerte,
Nietzsche agotado postulando su propia extremaunción
y mi corazón exhausto mendigando el entusiasmo de los caracoles.
Volverán las golondrinas y ya no serán oscuras
y seremos más de dos para parar a los ejércitos.
Créeme, hay vida debajo de la vida, más allá de la niebla todo es un soldado derrotado que por fin toca la puerta desvencijadamente bella de su Ítaca