viernes, 25 de febrero de 2022

Siempre el faro

Podría no haber llorado nunca pero estoy llorando siempre o acaso mientras tanto, en el instante en que el sol cede el testigo a la luna y yo encamino mis pasos fuera del ocaso, reorientando mi radar con el que vuelvo siempre a una acrópolis redibujada en el marco de una procesión de vírgenes, en el mismo día en que Virginia Woolf proclamaba que estaba todo por hacer, que la vida se ensanchaba por sus propios márgenes, fuera del hastío contemporáneo, allí donde florecen los capiteles y se hacen corintias las columnas.

Entonces era eso, el vacío llenándose. Nápoles reviviendo tras el volcán, los frescos recuperando su color y Tadzio tumbado al sol de Taormina mientras la lluvia regaba las anémonas. Solías ser el relámpago sobre los textos, pobre Baudelaire carcomiéndose, sin poder agitar las alas para devolverle al viento su dolor, para girar como un molino contra las mareas en los océanos de las descabaladas risas.

Esta vez sí daremos vueltas sin parar hasta detener el vuelo de la última bala para que los ángeles caídos todos dejen de desangrarse detrás de las estatuas

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