lunes, 28 de marzo de 2016

Escribir también es rezar

Un niño sirio me tira del caballo justo cuando acababa de perder la fe.
No son los años sesenta ni setenta pero he vuelto a creer en el poder de las flores.
Así que me he fumado una amapola y he deshojado una margarita mientras cabalgaba sobre un fusil para tumbar las fronteras (hacerlas decimonónicamente horizontales).
La música que escucho se ve interrumpida una y otra vez por disparos, pero Bowie ha muerto.
La tristeza ha llenado de bombarderos mi cielo azul y ha tenido que venir cierta alegría a gritarme al oído mi amor de Casablanca. El mundo se derrumba y nosotros... Nosotros, sí, lo estamos sujetando, como Atlas, sin ser titanes, con nuestras cabezas.
Juan Gelman está alerta y temen el horror hasta los colibríes, pero hay un jilguero que anida en las barbas de Whitman y canta en el jardín de Fuente Vaqueros.
He cultivado pan para hacerle la guerra al hambre y me he ido a dormir y sobre todo a soñar.
Los continentes vuelven a separarse.
Yo me uno a ti y me zambullo en el mar.
Hoy no quería nadar sino abrazar la inmensidad.
Escribir, te lo dije, también es rezar.
Mírame, ya solo puedo tener las manos juntas.

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lunes, 7 de marzo de 2016

Whistler firmaba sus cuadros con una mariposa

Las cosas bellas siempre hacen llorar, Oscar Wilde se está mirando al espejo,
liberado de todas sus cárceles y mecido con sus propias baladas.
Burne Jones, que era un inglés muy suyo y muy pintor, tan decimonónico, se empeña en pintar ángeles contra el materialismo con su bata blanca. Pone alas no solo a su impaciencia, sino a las rutinas y el desencanto (Leopoldo María Panero hijo, que está en los cielos, corre pero nadie le persigue, nunca quiso la gloria).
Yo exhibo mi dolor con alegría y salto sobre los campos de trigo esquivando a las amapolas.
Sangra la primavera en sus pétalos. Yo lloro sin apartar de mí su cáliz.
Nadie vendrá hasta mi vecindario hasta que no haya estallado otra vez la primera sonrisa en este patio.
El mar lo sabe y grita su tormenta perfecta, Turner la fotografía, Shakespeare saca su pluma y esta vez no escribe, vuela.
Sófocles nunca pudo leer a sir William pero el de Stratford-upon-Avon sí al griego.
Yo me pierdo en el laberinto después de haber tirado al mar los hilos.
Lorca está volviendo a contar las olas con sus dedos.
Mi casa está encendida. Luis Rosales canta su estribillo: "El recuerdo es la única alegría que no se acaba nunca". Ya estoy recordando este beso.
Mañana seremos otra vez domingo.
Todo lo que amo lo llevo en los ojos, por si acaso. Como Séneca lo llevaba todo consigo. No hay estoicismo en mi irreverencia, pero sí silencio en mi grito.
Munch quiere pintar el amor y pinta la soledad.
Una mujer se dobla como un junco para beber de ese agua. Las jirafas miran extasiadas.
Una única lágrima acaba de llenar mi océano.
Mi tristeza tiene ganas de reír, pero una carcajada acaba de convertirse en lluvia.
Se hicieron largos los pasillos de mi casa solo por las ganas que teníamos de andar y andar.
A esta altura todo se ve de su tamaño, ¿te das cuenta?
La belleza siempre es un regreso. Nuestra Ítaca.



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